“Para saber que sabemos lo que sabemos, y saber que no sabemos lo que no sabemos, hay que tener cierto conocimiento” (Nicolás Copérnico). |
Nicolás Copérnico (1473-1543), nació y murió en Polonia (antigua Prusia). Fue astrónomo, matemático, clérigo y jurista, entre muchas otras cosas, pues estudió astronomía, matemáticas, medicina, derecho, griego y filosofía. Su fama se debe al desarrollo de la denominada teoría heliocentrista, la cual afirmaba que la Tierra y demás planetas giraban alrededor del Sol, en contraposición a la teoría geocentrista oficialmente admitida en la época, que afirmaba que la Tierra era el centro del universo y tanto el Sol como los planetas giraban a su alrededor.
La obra de Copérnico está publicada en su libro: “De revolutionibus orbium coelestium” (de las revoluciones de las esferas celestes), que es considerado el punto inicial o fundador de la astronomía moderna. Copérnico estuvo escribiendo su libro durante 25 años, retrasando su publicación, la cuál fue realizada finalmente el mismo año de su muerte. El retraso quizás se debiera a la increíble revolución que dicho descubrimiento representaría para el mundo, unido a la oposición de la clase científica y de la Iglesia Católica, quienes iban siendo conocedores de sus ideas. Para la Iglesia admitir el heliocentrismo significaba aceptar los errores sobre astronomía del trabajo de Aristóteles, desarrollado después por Ptolomeo, y asimilado por Santo Tomas de Aquino, en quienes se cimentaba la teoría geocentrista aceptada. Para muchos científicos de la época, la idea tampoco gustaba, pero lo explica el simple hecho de que es algo natural dada la competencia existente siempre entre científicos, y aparte quedaba también la dificultad en admitir la equivocación de las creencias actuales sobre el movimiento de los astros.
Copérnico fue conocedor de los textos antiguos clásicos de los griegos. Parece ser que el primero que habla del movimiento de los planetas es Aristóteles (350 a.C.), estableciendo un sistema geocentrista, sin embargo un contemporáneo suyo y posible discípulo, Heráclides Pontico, dedujo que Mercurio y Venus giraban alrededor del Sol, por lo que afirmó que esto era así y que luego el Sol giraba alrededor de la Tierra. Aún hubo un astrónomo griego, Aristarco de Samos, que tiempo después, unos 100 años, propuso el modelo heliocéntrico, explicando así los movimientos retrógrados de los planetas que parecían ir hacia atrás y luego de nuevo hacia delante. Pero su trabajo no cuajó, quizás no tuvo suficiente difusión, en cambio sí cuajó el posterior trabajo de Claudio Ptolomeo, quién propuso un modelo geométrico que daba explicaciones al movimiento de los planetas a través de un concepto nuevo, los epiciclos, por los cuales los planetas harían un movimiento circular sobre un punto deferente, mientras mantienen su movimiento de traslación alrededor de la Tierra que permanecía inmóvil.
A pesar del trabajo de Copérnico, de los posteriores de Johannes Kepler con su demostración de las tres leyes del movimiento, y toda la obra de Galileo Galilei, quién consiguió todo tipo de evidencias con la invención de un telescopio mejorado, el método de Ptolomeo fue defendido a ultranza por las estructuras gobernantes. Galileo fué discutido por sus astrónomos contemporáneos y perseguido por la Santa Inquisición, incluyendo su trabajo en el “Index librorum prohibitorum”(Índice de libros prohibidos), donde añadieron también el de Copérnico y Kepler, y donde permaneció hasta 1757 que el Papa Benedicto XIV autorizara todas las obras sobre el heliocentrismo.
El descubrimiento de Copérnico significó la primera y la más grande revolución científica para el hombre, que no sólo es aplicable a la astronomía sino que también dió paso a la física de Newton, y al pensamiento racional. Las evidencias científicas empezaron a separarse de la fé y las conjeturas de la religión, y todo ello significó un cambio de paradigma. Cabe resaltar que Copérnico y Kepler fueron teólogos y conocedores del pensamiento clásico, así que ambos se enfrentaron a la dicotomía entre las descripciones armónicas y perfectas de las esferas y círculos de los pitagóricos, y las evidencias de un movimiento que resultaba ser elíptico. Quizás si que se sentirían satisfechos si ellos hubieran podido estar en 1916, cuando Einstein mostró en su teoría de la Relatividad General, que en la geometría tetradimensional del espacio-tiempo los cuerpos celestes siguen líneas rectas, indicando así una existencia muy simple de armonía en el universo.
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