sábado, 8 de octubre de 2011

Conversaciones con la codicia


“¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia.”
(Epicuro  (341 AC-270 AC) Filósofo griego)

“El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo.” (Jacinto Benavente (1866-1954) Dramaturgo español)

 
En el patio de su casa, Fermín cuenta a su nieto Daniel, de 13 años, lo que la vida le enseñó:

-          Y como te va el colegio… cuéntame que es lo que más te gusta.
-          Te puedo decir lo que no me gusta, ¡las mates!, ¡odio las mates!
-          Y por qué las odias? Acaso el profesor no lo explica bien?
-          No es por eso, es que a mi no me gustan, no las entiendo, no sé para que sirven.
-          Bueno, eso es porque eres demasiado joven, quizás las tengas que utilizar cuando seas mayor, en tu trabajo.
-          A ti te gustaban las mates abuelo?
-          Bueno, si, a mi me gustaban aunque tampoco servían para nada al principio.
-          Solo sirven para hacer deberes.
-          Ya, pero bueno, hay que entrenarse, quizás de mayor si las necesites, para llevar al menos tu economía domestica.
-          ¿Qué es la economía domestica?
-          Pues la economía es el cálculo del dinero que te gastas, y del dinero que recibes.
-          Ah, ya, lo que mamá se gasta en comida y ropa, el dinero que le dan a papá por trabajar y cosas así.
-          Eso es, muy bien. Hay matemáticas sencillas para tu economía domestica, y otras matemáticas para hacer inventos, tener tu propia empresa, manejar tu dinero, construir casas, etc.
-          Yo quiero saber matemáticas para ganar mucho dinero.
-          Pues si lo que quieres es ganar mucho mucho dinero, no te hacen falta matemáticas, para eso hace falta suerte.
-          Mi amigo Rubén tiene mucho dinero, su papá trabaja en un banco. ¿Allí no usan matemáticas?
-          Si, claro. Allí usan matemáticas, pero el dinero no sale de las matemáticas, sale de la nada.
-          ¿De la nada?
-          Si, verás. Yo soy el papá de Rubén, entonces viene alguien a pedirme dinero, yo le enseño un papel con letras y números, él lo firma, y yo le doy dinero. No hay matemáticas, hay un papel con cosas escritas.
-          ¿Y por qué dices de la nada?
-          Porque en el papel no había nada antes que alguien escribió cosas.
-          Entonces yo quiero aprender a escribir en papeles que den dinero.
-          Eso no se estudia, eso lo inventaron unos señores pero no se lo explican a nadie.
-          ¿Y por qué no?
-          Para que el dinero no lo pueda conseguir cualquiera, solo quien ellos quieran.
-          ¿Entonces nunca podré hacer dinero?
-          Hacerlo no. Tendrás que ganarlo trabajando.
-          ¿Y trabajando en qué?
-          En aquello que más te guste. ¿A ti que te gusta?
-          A mi me gusta montar a caballo, pero papá dice que para ganar dinero hay que estudiar matemáticas.
-          Tendrás que preguntarle a tu padre como llegó a esa conclusión.
-          Ya se lo preguntaré!
-          Yo a tu madre siempre le dije que estudiara lo que ella quisiera, que si le gustaba lo que hacia, entonces podía llegar a ser muy buena, y entonces le vendría la suerte.
-          ¿Y por eso es profesora?
-          Bueno, es que no sabia decidirse, solo sabia que le gustaban los niños, así que lo que aprendió ahora se lo enseña a los niños.
-          Pues yo quiero ganar dinero montando a caballo.
-          ¿Sabes qué quería hacer yo de pequeño?
-          ¿El qué abuelo?
-          ¡Quería ser dibujante!
-          ¿Y por qué no lo fuiste?
-          Porque mis padres quisieron que estudiara matemáticas, y fué lo que hice.
-          ¿Y entonces como ganaste todo el dinero que tenías?
-          ¡Construyendo televisiones!
-          Ah, si!
-          Verás. Yo y un amigo mío teníamos ahorrado un poco de dinero cuando apareció la primera televisión, que era en blanco y negro, todo el mundo la compraba. Y decidimos poner una tienda.
-          Ahí-va!.
-          Y entonces, empezaron a llegar clientes y más clientes, así que pensamos en ganar todavía mas dinero haciendo una fabrica de teles, y empezamos a fabricar también teles.
-          ¿Y usabas las matemáticas?
-          Qué! Mmmm, espera, espera. Fabricábamos muchas teles y las vendíamos en todos lados. Hasta que de repente, después de unos cuantos años, los modelos de las teles cambiaron, y ya no querían las teles que nosotros hacíamos, porque existían otras teles mas modernas.
-          ¿Y qué pasó?
-          Pues mira, pasó que tu abuelo estaba tan contento con las teles y con todo el dinero que ganaba, que no se dio cuenta que sus teles ya nadie las quería. El dinero le cegaba. El entusiasmo y la codicia tenían mucho poder, y tu abuelo que soy yo, se arruinó y se quedó con un montón de deudas, y de teles que nadie quería, y muy triste.
-          Ohhhhh!
-          El dinero me hacía sentir alguien importante, y eso era todo. No me bastó un poco de dinero, quería más. Lo curioso es que cuanto mas obsesionado estaba y mas dinero tenia, menos importante era, pues tu madre y tu abuela que me echaban de menos, también empezaron a olvidarse de mi…... y las matemáticas no me ayudaron.
-          ¿Entonces por qué hay que estudiar matemáticas?
-          Daniel, todo depende. Las matemáticas están bien, pero en la vida es mucho más importante la suerte. Es tan importante la suerte que las matemáticas no importan.
-          ¿Y donde se puede estudiar la suerte?
-          Ayyy, bendita pregunta! La suerte no se estudia, la suerte es que puedas hacer aquello que quieres, aquello que te gusta, si sabes lo que es, claro!
-          ¿Y si puedo hacer lo que yo quiera, ganaré dinero?.
-          Si puedes hacer lo que tú quieras, ya no querrás ganar dinero, porque lo que hagas satisfará tu alma, te colmará la vida y te sentirás feliz.
-          Quieres decir que ya no tendré ganas de ganar mucho dinero, ¿no, abuelo?
-          Yo vivía mejor cuando no tenía dinero, ahora vivo arrepentido de mi codicia, me hizo olvidarme de la familia, me hizo dejarme la salud en un estresante trabajo, y a punto estuvo de que hiciera una tontería.
-          Entonces si yo quiero montar a caballo, y lo consigo, ¿seré feliz?
-          Por descontado que sí!! Serás feliz y serás bueno en ello porque te gusta, y si ganas dinero con ello, te dará igual, porque lo importante es ser feliz.
-          ¿Se lo dirás tú a papá y mamá?
-          Ja,ja,ja!! Yo te ayudaré, pero has de ser valiente, debes decírselo tú.
-          Vale, abuelo! ¿Y las matemáticas?
-          Las matemáticas si te gustan están muy bien, podrás inventar y construir cosas, y si no te gustan es que a lo mejor prefieres el teatro, y puedes ser actor, o te gustan los animales, y eres granjero y tienes caballos, o te gusta la gente, y eres médico, abogado, o vendedor, o te gustan tantas otras cosas.
-          ¡!Lo único que necesito es suerte!!
-          ¡Eso es! Con suerte, el dinero no importa, amarás tanto lo que haces, que la codicia no te interesará en absoluto, porque la codicia, la codicia en realidad sólo es una cosa, la necesidad de sentirte que eres bueno en algo, y feliz con lo que haces. Si ya sabes en qué eres bueno y te hace feliz, acumular dinero sería como coleccionar chapas, o sellos todos iguales.


La codicia es una emoción, es un instinto, surge de la necesidad del ego por competir, para demostrarse de algún modo que es mejor que su contrincante. Por eso la codicia se da mucho más en hombres que en mujeres, porque los hombres son genéricamente de naturaleza más competitiva, mientras las mujeres son de naturaleza más cooperativa. Las mujeres están menos interesadas en ganar dinero, las cifras de una cuenta corriente no significan nada hasta que no se manifiestan en joyas, vestidos y caprichos, pues su verdadero interés es ser atractiva. Ser sagaz en los negocios es una propiedad masculina, desarrollada en parte en muchas mujeres, pero en esencia es una característica de hombres. El ego masculino es visible por la codicia, tal como el ego femenino es visible por la vanidad. Sólo hay una forma de superarlo, es vivirlo y reconocerlo a tiempo, así la pérdida será menor, y el sufrimiento también, porque nada es para siempre, y como todo, la codicia es una prueba más de superación del ego.

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