-Edu, hijo, ayúdame a recoger
la mesa o encárgate de lavar los platos.
-Que si mamá, que ahora voy,
que pesada que eres.
-¿Cómo que pesada? ¿Es que lo
tengo que hacer yo todo?
-¿Y si nos lo echamos a
suertes?
-Hijo, me tienes hasta el
gorro, ya tienes 20 años, ¿cuando vas a empezar a comportarte como un hombre?
-Jo, mamá, ya estas otra vez,
me quieres dejar tranquilo.
-Pues no, ya que tu no te
preocupas lo tendré que hacer yo, ¿no?
-Déjame mamá, eres muy
pesada.
-No haces más que perder el
tiempo, te encierras en tu habitación y no haces nada. Ponte a enviar
curriculums por lo menos, búscate un poco la vida.
-Ya te he dicho que si, que
lo haré, pero deja de darme la vara.
-Hijo, no me engañes, y
hazlo.
-Que te vayas! Déjame
tranquilo.
-Tienes que ser un hombre de
provecho, tienes que ganar tu dinero, tienes que buscar trabajo. Inténtalo por
lo menos.
-Ya lo sé. Además sé que tú
no me quieres dar dinero.
-Es porque tienes que
conseguirlo por tus propios medios, es para que espabiles.
-Mamá, estoy cansado de que
me digas todo el tiempo lo que tengo que hacer.
-Mientras te comportes como
un niño, tendré que seguir haciéndolo.
-De verdad, mamá, márchate,
déjame tranquilo.
-Es que no me puedo fiar de
ti, estoy preocupada por ti.
-Bufff! Deja de agobiarme.
-Te vas a tener que marchar
de esta casa, e irte a vivir solo, verás como entonces te espabilas.
-Mamá, tu estás mal.
-Si no aprendes por las
buenas, tendrás que aprender por las malas.
-Para ya, déjalo ya!
-Y si no encuentras algo
decente y barato, te tendré que cobrar por vivir aquí.
-¿Lo dices en serio?
-Claro!
-Mira, mamá, me voy a dar una
vuelta, no te aguanto!
-Sí, claro, ahora vete, para
no escuchar lo que te conviene escuchar.
-¿Pero tú te oyes?
-Ni trabajas, ni estudias, ni
sales de la habitación, no puedes seguir así.
-Eres tú, mamá, estoy harto
de oírte!
-Y yo harta de aguantarte y
ver como malgastas tu vida.
-Mamá, me estoy empezando a
enfadar, cállate ya por favor.
-Está bien, me callo, pero tú
ya sabes lo que tienes que hacer.
-Yo te quiero mamá, pero a
veces te estrangularía.
-Yo también te quiero hijo,
pero ya no sé que hacer contigo.
-No me digas nada mamá.
-Ojalá no hiciera falta hijo,
pero me tengo que preocupar ya que tu no lo haces.
-Ya me buscaré la vida mamá,
déjame y no te preocupes.
-Si no haces nada de nada, me
estas engañando, solo sales para emborracharte con tus amigos.
-Vete mamá, vete ya.
-Me voy pero mira a ver lo
que haces.
-Siiii..., mamá.
El desasosiego es un arma
implacable, porque es invisible, es transparente, inocua, irreconocible. La
madre no se da cuenta de lo que está haciendo, está verdaderamente preocupada
por su hijo, cree que va a pasar realmente problemas en su vida sino se
espabila. El hijo está molesto y agobiado pero solo percibe la preocupación de
su madre. Lo que se está cocinando sin ninguno darse cuenta es un plato de
inseguridad para toda la vida del hijo, creada por la propia inseguridad
inconsciente de la madre. La madre conseguirá todo lo contrario de lo que busca
para su hijo, con esa actitud conseguirá que su hijo desconfíe de sí mismo, de
su capacidad y de su valor. Probablemente la madre toda su vida haya actuado
igual.
El hijo siente
inconscientemente rechazo porque está constantemente enjuiciado y eso le anulará su
personalidad y su poder para ser realmente una persona de provecho segura de sí misma. Detrás del
desasosiego de la madre se esconde una personalidad miedosa, desconfiada y soberbia, que
cree saber siempre que es lo que deben de hacer los demás, y que está gobernada
por sus miedos. Si descubre el orgullo en su actitud, su inseguridad y su
desasosiego podrán empezar a desaparecer, pues soberbia e inseguridad siempre van de la mano
y se retro-alimentan. Cuando la madre pueda cambiar la actitud podrá confiar y respetar a su hijo, entonces su hijo y no antes, se sentirá fuerte para cualquier dificultad en la vida, mientras tanto, el hijo se esconderá de su madre y hasta de sí mismo, a no ser que se atreva a buscar el conflicto con ella.